Como ocurre con muchas otras especies, los pollos de Perdiz, ante cualquier amenaza se agazapan sobre el terreno y pasan desapercibidos por su inmovilidad y lo mimético de su plumaje. A poco más de un mes de la apertura de la veda, corretean junto a sus progenitores por los campos, ajenos al tiroteo que se avecina. Es tal la pasión cinegética que despierta en algunos esta especie, dificilmente comprensible por el amante de la naturaleza y sus criaturas, que llega a tomar el nombre de los polluelos para llamar a la munición que busca darles muerte, los perdigones. Antaño la caza era un recurso alimenticio del ser humano predador, hoy es un recurso económico basado en oscuras pulsiones ancestrales, que con los medios actuales burlan el lance igualitario, dejando a la presa en franca desventaja, por mucho que se quiera tildar de deportiva a esta caza.
La ilusión que despierta ver a estas familias desenvolviéndose con relativa confianza y tranquilidad por sus terrenos natales, se ve enturbiada por la consciencia de que muchos de su miembros caerán abatidos a tiros solamente para satisfacer los placeres venatorios de algunos de nuestros congéneres. "Tradición arraigada socialmente" practicada por una, aunque poderosa, minoría y pingües beneficios para otros, no debería ser asumida como razón para apropiarse del derecho natural a la vida de unos animales silvestres que, y esto es indiscutible, de pertenecer a alguien, nos pertenecen a todos, no solo a quienes les dan muerte.
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