¿Quién no ha oído hablar de la Perdiz? Es tan popular que, en los cuentos tradicionales, comérsela es el colmo de la felicidad. Visto así, esta especie no nos despertaría un interés especial, pero su realidad es otra. Más allá de su indudable belleza, estupendamente captada en estas fotos, hay razones para la preocupación, o la menos para la reflexión.
Es prácticamente una especie endémica ibérica, no encontrándose casi en ninguna otra parte del mundo en estado silvestre. Su gran desgracia es ser una apreciada pieza de caza. Pese a su comportamiento esquivo puede parecer que el número de ejemplares es abundante no corriendo peligro su población global, pero esto puede estar ocultando un serio problema. Con el único fin de proporcionar "patirrojas" a los cazadores, desde hace muchos años se sueltan, "siembran", miles de ejemplares criados en granjas. Estas introducciones chocan frontalmente con los criterios más básicos de la conservación de las especies silvestres, ya que posibilitan cruces con los ejemplares autóctonos provocando "contaminación genética" que deteriora millones de años de adaptación y evolución natural, haciendo a sus descendientes mucho más vulnerables al medio. No solo se desvirtúa lo excepcional de esta especie sino que los ejemplares de granja, son transmisores de enfermedades a la población silvestre original pudiendo diezmar o incluso extinguir a la Perdiz roja, ante nuestra indiferencia e ignorancia, mientras seguimos "viendo perdices por el campo".
Es imposible de saber cuantas Perdices rojas, "genuinas y auténticas", caen abatidas cada temporada y podría ser que ya solo queden reductos aislados de la especie original y las que nos salen al paso sean ejemplares de "granja", afortunados supervivientes asilvestrados o recién soltados para satisfacer ansias cinegéticas.
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